A vosotros, los hipócritas (Parte Seis)

«Me levanto por la mañana y pienso que, después de esto, habremos aprendido alguna que otra lección. Después de la obligada micción y del lavado de cara, recuerdo que somos humanos y que estaremos condenados a vagar por el mismo círculo de violencia sinsentido y sin fin».

Durante la pandemia publiqué varias entradas tituladas «A vosotros, los hipócritas», en las que compartía mi opinión y mis dudas sobre la situación tan excepcional que vivimos en aquellos tiempos alocados y que me sirvieron para descongestionar mis pensamientos. Tenía tanto que decir pero tan poca claridad que dejé esta entrada abandonada y, ahora, años después de lo ocurrido y con algo más de perspectiva, me he animado a terminarla. 


«Cifras que bailan, danzan y entretienen,

yo me quedo en casa, a mí no me detienen.

Abundantes datos, algo cuestionables,

les hacemos caso y a mí no me hables.

Vigilancia vecinal y policía del montón,

pues salimos al balcón y así ponemos solución.

Dudas y lagunas tras un aplauso ensordecedor,

cumple las normas, pues quien avisa no es traidor.»


Los políticos nos tenían donde querían: encerrados en casa y dependientes de lo que nos dijeran ellos, protegidos bajo sus alas y pensando que sin ellos nos extinguiríamos, como los toros. Había algunas buenas medidas, aunque podríamos haber actuado antes; había motivos por los que deberíamos haber actuado antes, como los avisos de otros países y de expertos (si es que existe tal cosa). Recuerdo ir mirando el contador de contagiados por COVID-19 en España, una o dos semanas antes del decreto del primer estado de alarma, cuando parecía que no había ningún peligro. No obstante, era mejor aprobar reuniones, partidos de fútbol y manifestaciones, no recomendar utilizar mascarillas y no cerrar ni colegios ni institutos ni universidades ni, en definitiva, sitios con afluencia de enfermos en potencia. No quiero sonar conspiranoico, sin embargo, estoy cada vez más convencido de que los mandamases querían llegar a esa situación extrema. No quiero expertos ni ricos con certificados, diplomas y títulos debajo del brazo; preferiría que quien vele por mí sea alguien con dos dedos de frente, con los pies en la tierra y de buen corazón, alguien que se meta en el fango y en arenas movedizas, y que estuviera bien asesorado por expertos cuando necesitara información de la que careciese.

Los políticos no dejaban de repetir que gracias a ellos y a nosotros mismos podríamos salir de esa tesitura, que si nos uníamos no habría nada qué temer pero, me surge una duda, ¿para qué sirve pagar impuestos, mantener a una legión de políticos, expertos, consejos, comisiones, coordinadores, gestores, directores, subdirectores, secretarios, subsecretarios y demás cargos, si no es para sacarnos las castañas del fuego en «catástrofes» como ésa? ¿No es el Estado un seguro para, primero, no llegar a tales extremos y, segundo, no tener que pagar los ciudadanos por los platos rotos? Hubo conciudadanos que donaron dinero, alimentos y suministros sanitarios, lo cual es de aplaudir, aunque también me lleva a pensar, ¿es justo que los que mantenemos el Estado tengamos que llegar donde el Estado no es capaz de llegar?, ¿es justo que autónomos, trabajadores por cuenta ajena y empresarios (sobre todo de pymes) tuvieran que cobrar menos, ganar menos dinero y seguir pagando lo mismo mientras los políticos ni siquiera mencionaran el hecho de rebajarse, aunque fuera algo simbólico, las retribuciones que perciben, o donar algún inmueble de su propiedad para poder convertirlo en una improvisada habitación de hospital? No; en cambio, esos mismos políticos critican a los empresarios que donan dinero pudiendo no donar, como si hasta ahora no hubieran pagado impuestos. La que vivimos fue una situación insólita y sí, quizá esté siendo duro de más con la respuesta política y social ante el fenómeno. Los sanitarios, transportistas, policías y demás profesionales que dieron lo mejor de sí quedaron, si me disculpan la expresión, como verdaderos señores. Lo malo es, que es lo que vengo a decir porque a mí me va la marcha, que no todos estuvieron a la altura.

Muchas personas han perdido su empleo, otras apenas pueden vivir dignamente y muchos negocios que han cerrado ya no podrán abrirse de nuevo. Como siempre, lo pagamos todos, a excepción de los que toman las decisiones. Al fin y al cabo, ¿qué podemos hacer? Nacemos integrados en un sistema cuyo funcionamiento ya está determinado, y debemos acatar sus normas y deberes; asimismo, podemos intentar disfrutar de las pocas libertades que tenemos sin que nos hayan preguntado antes si queremos formar parte de él. Los ciudadanos solo somos un número más del que preocuparse, una variable reducida a mera estadística. Eso sí, somos estadísticas vivas y con internet, a lo que doy gracias, aunque hay estadísticas que, por desgracia, ya no pueden decir lo mismo.

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