Sobre la libertad de expresión y los viajes en el tiempo

Seguidores, despistados, curiosos y transeúntes temporales que transitan por la red en busca de entretenimiento o de conocimiento: sed todos bienvenidos a esta divagación cortesía de vuestro amigo y vecino Pepe. Hoy comentaré, de forma muy somera (puesto que tampoco me puedo sacar demasiado jugo a mí mismo y visto que los asuntos a tratar están ya muy manidos), dos temas que no tienen nada que ver entre ellos y que me han venido rondando por la cabeza últimamente: los viajes en el tiempo y la libertad de expresión, aunque no por este orden.

La libertad de expresión, a la que podríamos definir como aquel principio («norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta») que nos permite comunicar nuestras ideas y pensamientos sin ser víctimas de censuras o represalias, es un arma de doble filo. Por un lado, es nuestro derecho a compartir, oralmente o mediante acciones, nuestras creencias, pensamientos e ideas. Por otro lado, no se trata de un derecho absoluto, porque está limitado por otras garantías como pueden ser el derecho al honor y a la intimidad o, tal y como entiende cualquiera con dos o más dedos de frente, el sentido común y el saber estar. Podemos expresarnos, es cierto, pero no pone en ningún sitio que tengamos el deber de escuchar o de asimilar las opiniones de los demás. Puedes decir, a modo de ejemplo, que no te gusta la comida del bar de la esquina o que su dueño no te cae bien, sin embargo, nadie tiene la obligación de prestar atención a lo que estás diciendo ni mucho menos de darte la razón o réplica. La libertad de expresión es bidireccional: puedes decir o hacer lo que quieras y puedo decir o hacer lo que quiera, dentro de los confines ya expuestos. Es respetable cualquier acción que se lleve a cabo o cualquier opinión siempre y cuando se respeten los derechos de los demás. No obstante, algunos la ven unidireccional: yo puedo decir y hacer lo que quiera y tú te callas porque no tienes razón y yo sí.

Se pude opinar con educación y se debe respetar a los demás, dentro de la legalidad, claro, porque si uno va diciendo por ahí que maten a no sé quién, que le pongan una bomba a fulanito, quema fotos y retratos de menganito o se dedica a incendiar contenedores, destrozando negocios y a dar golpes y patadas al personal, independientemente de que tenga razón o no, eso ya es cruzar la raya. Imaginad que todo el mundo, o la mitad del mundo, para quien no tenga tanta imaginación, va opinando de forma destructiva y faltando a la reputación de los demás: ¿sería un mundo justo? ¿Sería siquiera posible vivir así, lanzándonos heces (metafóricas o literales) entre nosotros? Hay que mantener la compostura, señoras y señores. Estoy de acuerdo en expresarse, porque de lo contrario viviríamos en una dictadura. No obstante, hay individuos que llevan los derechos, la tolerancia y la paciencia al límite y que luego se quejan cuando se les hace lo mismo a ellos. Pues oiga, y con perdón lo digo, si yo me cago en su madre, lo extraño debería ser que me aplaudieran por expresarme libremente, por mucha pinta de váter que tenga su progenitora.

¿Hay que censurar las opiniones, entonces? Pues habría que evitar la censura todo lo posible, excepto si no van dirigidas al emisor correcto; me explico: una opinión o un acto que implique violencia, sexo o drogas, por ejemplo, no debería estar al alcance de los niños, no porque yo sea un puritano anclado en tradiciones y en una visión del mundo arcaica, sino porque si se van criando oyendo y viendo según qué comportamientos y sucesos, me temo que el futuro se nos va a ir de las manos en cuanto crezcan. Estoy, en general, en contra de la censura, aunque creo que es necesario que determinadas conductas aparejadas a la permisividad de la libertad de expresión debieran ser penadas, no con prisión, porque eso sería reírse de los criminales propiamente dichos, y no concibo que el opinar sea delinquir (exteriorizar según qué ideas con acciones es harina de otro costal), pero sí con una multa, con servicios sociales o, como mínimo, con una reprimenda o con una disculpa. Sería una censura indirecta, seguramente, porque eso podría evitar que el infractor volviera a expresarse y, aún así, creo que es indispensable para que vivir no se convierta en un circo mediático, en el que el insultar y el desear la muerte se convierta en el orden del día y que encima salga gratis.

En cuanto a los viajes en el tiempo, no me extenderé: creo que es imposible viajar en el tiempo porque el pasado y el futuro no existen, tan solo existe el presente, el ahora. No podemos ir atrás porque el presente pasado ya no está. No podemos ir hacia adelante porque el futuro aún no existe, se va creando a medida que llegamos hasta él. El paso del tiempo es un proceso mental, no necesariamente sujeto a la realidad. Si soñamos con ir hacia el pasado es porque creemos que hubo un tiempo que dejamos atrás, una entidad independiente del presente y del futuro. Creo que los viajes en el tiempo son imposibles porque el punto al que queremos viajar no existe, solo existe el momento en el que decidimos abandonar el ahora y soñar con tiempos pasados o con los eventos que están por venir. Nosotros percibimos el paso del tiempo porque tenemos herramientas mentales (como la memoria o el aprendizaje) que nos indican que hubo hechos que ocurrieron antes del ahora. El pasado y el futuro son una ilusión consecuencia de nuestra estructura psíquica y sensorial, de la forma que tenemos de explicar nuestra existencia y la del resto del universo. ¿Os imagináis cómo viviríamos si dejáramos de darle importancia a lo ocurrido y de preocuparnos por lo que está por venir? Viviríamos el presente: el simple, real y fugaz presente.

Y hasta aquí las divagaciones de hoy. Para cualquier ruego, pregunta, comentario, sugerencia, corrección, insulto, adulación u opinión, podéis ejercer vuestra libertad de expresión en vuestro propio presente. Un saludo a todos, un abrazo y hasta la próxima.

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