Tristissimus hominum

sunset-1815663_640.jpg

Sólo me tengo a mí. Cuantas infinitas noches desperdiciadas soñando con lo imposible, con un fútil abrazo invisible, rodeado de un aura de tristeza, incapaz de entender mi propia existencia. Pero es en esos lánguidos momentos cuando uno se plantea cambiar, o seguir en sus trece y seguir igual: pensando en lo que podría haber sido pero nunca seré, en toda la gente que he conocido y en toda con la que no he coincidido, en la suspirada media naranja que cuajara con mi fruta caduca, rememorando y entendiendo los inabarcables errores que cometí -pretendidos o sin querer- que ya no se podrán rehacer, soñando con una vida mejor que la mía, una ilusión, que me aceleraba el corazón, que distraía mi mente demente, como la peor de las drogas; lejos, muy lejos, en una fina burbuja hecha de besos.

Porque la libertad es una ilusión, porque somos nuestros propios prisioneros: sin voluntad, imaginándonos en otros derroteros. Tristeza, nervios, temor, orgullo, sonrisas, verdades, mentiras, esfuerzos, sueños, pesadillas, desesperación, emoción, ilusión, música, soledad, esperanza… Todo inútil, pues se queda en el olvido. La esperanza es el gran mal. Los recordados se convertirán en olvidados, como si no hubieran existido. ¿Podemos acaso afirmar que existimos? ¿Es real todo esto? Cada efímero día que llega a su fin lo dudo más y más. Lo lógico se convierte en ilógico; los arbitrarios valores que defendía se esfuman y no siento ningún remordimiento.

Porque la muerte es la conclusión de nuestra confusa historia, de todo lo que hacemos, sentimos, pensamos, imaginamos. No hay vida más allá de la muerte, porque no hay vida antes de la vida, porque no hay vida en la propia vida. Lo que hacemos está ya escrito, todo esto ya ha pasado antes, y volverá a pasar otra vez. ¿Pero qué sentido puede tener la marcha hacia la oscura e inevitable nada? Parece que lo único que se puede hacer es distraerse hasta que llegue la hora, en hacer tiempo, ¿con qué objetivo de qué artífice?

Porque cuando el velo se desvanece sólo me tengo a mí. La gente que he conocido es la que debía conocer y a la que conoceré de nuevo, al volver a nacer. Haré, pensaré, sentiré e imaginaré lo mismo una y otra vez, mas lo que mayormente me adolece es que estoy condenado a repetirme las mismas preguntas, sin saber si encontraré respuesta.

Dejadme encontrar consuelo en aquello que hace olvidarme de este cuento. Dejad que mis lágrimas broten como eternas flores en primavera. Porque soy yo, porque soy lo único que verdaderamente tengo. No lograré conocerme tanto como me gustaría; pero me vale como soy. Qué sería de la vida sin estos problemas.

4 comentarios en “Tristissimus hominum

Deja un comentario